domingo, 10 de junio de 2007

Insólitamente cierto

Se sabe que cualquier historia, por más fiel que intente mantenerse a los hechos en los que está inspirada, contiene inevitablemente ciertos elementos ficcionales que contribuyen a que el episodio en cuestión se torne más interesante y entretenido. El punto de origen de un relato siempre puede tergiversarse a gusto del narrador según el fin que éste persiga, llegando a veces al extremo de exagerar los datos hasta la ridiculización más absoluta de un momento determinado. Si se logra el cometido -crear un texto gracioso, por ejemplo- el finísimo borde que separa lo real de lo ficticio se corre a piacere, perdiendo a veces el mismo inventor de la historia la noción de cuánto hay de cierto y cuanto de inventado en su propia creación.
En algunas oportunidades, sin embargo, la que se encarga de jugar caprichosamente con los límites es la misma realidad, y es entonces cuando nos encontramos frente a una situación que, a falta de una palabra mejor, solemos calificar como "Bizarra".
Esto que voy a contar ahora pasó ayer, y si no fuese porque estaba en compañía de una de mis amigas más sensatas, todavía estaría jurando que no fue más que un mal sueño.
El protagonista del hecho, Marcelo, pongamosle, es lo más cercano que vi en mi vida al prototipo más grotesco del gay contemporáneo: desde la punta del zapato hasta el último pelo de su cuidadísima cabellera, pasando por el tono de voz impostadísimo y cada uno de sus trilladísimos comentarios, este chico calificaría 10 en cualquier concurso de prototipos queer. Marcelo hablaba incesamente, y cada tanto se dirigia hacia su pareja -un londonense al que llamaremos Ben-en busca de complicidad.
¿De qué hablaba Marcelo? De absolutamente cualquier cosa, en principio, pero haciendo comentarios dignos de un chimpancé lobotomizado, motivo por el cual nadie se esforzaba por prestarle demasiada atención hasta que, para mi absoluto deleite, Marce no pudo evitar emitir el cliché que me dió el pie perfecto para pasarme el resto de la noche divirtiéndome a sus expensas.
"El otro día alquilamos `El crimen ferpecto`, de Alex de la Iglesia. A mi, que estudio teatro (¿por qué será que esta clase de gente SIEMPRE estudia teatro? ¿Y a quién le importa el dato, aparte?), Alex (¡ALEX!) me en-lo-que-ce". En este punto cabe aclarar que tengo por principio dudar de las personas que vociferan soberbiamente su fanatismo por cualquier cosa que sea fácilmente identificable con un culto. En mi experiencia, la gente que hace esto es o terriblemente idiota o insoportablemente snob, o ambas cosas, en la mayoría de los casos.
Mi amiga reaccionó tan rápido como yo, y entre las dos (que gustamos mucho de las películas del mencionado director, pero no hacemos una bandera de eso) nos encargamos de darle un bonito paseo a Marce, que trataba de esquivar el ridículo con las respuestas más torpes que una persona haya sido capaz de producir hasta el día de la fecha.
No conforme con eso, y con mi amiga violeta de tanto contener la risa, a mi se me ocurrió indagar en profundidad sobre sus clases de teatro.
"Ah bueno, eso sí, me encanta, hice miles de castings de propagandas hasta que un día me dió un ataque de pánico escénico (¿en un casting para hacer de extra?) y tuve que dejar". Exitadísimo y aplaudiendo, Marce nos invitó a ver en Youtube "LA propagnda que hice, ¿la quieren ver?". Por favor. En un comercial en el que aparecían primeros planos de al menos 20 pibes, el chongo en cuestión participaba de la única escena en la que se mostraba una multitud de caras masculinas prácticamente indiferenciables entre sí. "Ahí estoy, ahí estoy!" exclamaba fuera de sí. "Les cuento un chisme. Un día, cuando la pasaban en la tele (en el 2001, ENCIMA), fuimos con unos amigos al automac y la chica que nos dio el pedido me miraba, me miraba...hasta que mi amigo le dijo "Te la hago fácil, sí, él es el chico de la propaganda". No saben lo que era, ¡la gente me reconocía por la calle! ¡Me encantaba!".
En mi obnubilación, yo no me había dado cuenta de que mi amiga, doblada de la risa, se había escapado hacia la cocina, desde donde me envió un mensaje de texto: "Por favor preguntale si baila, si pinta, lo que seaaaa".
Fascinado con la atención hacia su persona, Marcelo me contestó que no solo adoraba bailar (obvio) sino que -y esto es lo mejor- estaba tomando clases de caño (!!!!!!!!!!!!!!!!!!!). Acto seguido se agarró de una lámpara y, mientras demostraba sus habilidades -un crush dummie destartalado bailando polka hubiese sido más sexy- me confesó que en lo más profundo de su ser deseaba más que nada en el mundo participar en "Bailando por un sueño". En este caso, supongo que el sueño sería conseguirse un trasplante de cerebro, pero no llegué a preguntarle porque me distrajo un segundo mensaje de texto. Nuevamente mi amiga, pero esta vez desde el cuarto, y en letras mayúsculas: "ESTO NO PUEDE SER CIERTO".
Más o menos en este momento, la historia dejó de ser graciosa para pasar a desatar en mi persona la furia más iracunda. Consultado por sus planes a futuro, el Marce me contó que a fin de año se está yendo a vivir a Londres, al flat que su novio posee (NADIE es propietario en Londres. NADIE) en dicha ciudad. De más está decir que Ben le paga el pasaje y, asumo, las clases de caño, ya que el orangután en cuestión me contó, risueño, que en su vida había tenido pasaporte, que lo más lejos que había estado de la capital era en Santa Teresita y que él, de inglés, "no cazaba one". En mi vida sentí tan fuertemente la necesidad de acogotar a alguien con mis propias manos. Por lo pronto intercambiamos teléfonos y quedamos en ir al teatro juntos.

6 comentarios:

Milagros dijo...

Demasiado bueno...sólo te faltó tomarle la foto cuando bailaba. Ahora, Ben...no entendia ni Jota. O se hacia en boludo ante semejante papelón del novio.

Ah totalmente de acuerdo en lo de snob e idiota. Una va ligada de la otra en situaciones como esas.

Besos y que disfruten el teatro.

Anónimo dijo...

Lo loco es como aguantaste todo eso. Esas situaciones hay que manejarlas de a poco, indagar, para luego hacer una reunion multitudinaria adonde sacarle todo el jugo y poder llorar de la risa de a 20 u 30 personas minimo.

Sin Corazón dijo...

Glorioso borrador, esto es un real insulto para quienes no se toman 5 minutos sino mas bien horas en escribir algo medianamente decente.

Gracias a Dios lo mio es el habla y no la escritura, lo que no quita el admirar una prosa que deleita hasta al mas exigente.

Cariño se insiste,, tienes el Don

Anónimo dijo...

Los que estudian teatro sólo quieren llamar la atención lo más que sea posible.

Penelope Glamour dijo...

Milagros: Hubiese dado cualquier cosa por tener una cámara a mano, te juro. Y el novio un misterio, porque era un tipo de lo más centrado...parecía, al menos.
Beso y si, claro que lo voy a disfrutar!
Cuidador: Justamente a eso viene el cuento de ir al teatro. Yo creo que a esta gente no hay que perderla de vista, aunque sea por la anécdota.
G: Gracias...y son cosas que se complementan, igual.
Cebolla: Los que estudian teatro deberían vivir recluidos en un cotolengo torturándose entre ellos. El resto de la humanidad no tiene por qué tolerar sus monumentales egos.

Anónimo dijo...

la semana pasada, en un curso, escuché a una chica de teatro decir: vengo acá porque no encuentro mi vocación. estudié medicina, abogacía, computación... todo. además soy actriz y terminé viniendo acá porque vale más barato que un psicólogo.