martes, 31 de julio de 2007

Con la frente marchita

Para cuando dejamos de vernos yo ya no quería saber nada y lo evitaba con rosarios interminables de excusas irreales. Él, por su parte, insistía con la constancia de quien sabe que tiene razón. Llamaba alternadamente a casa y al celular, y durante casi un mes no hubo prácticamente un solo día que pasase sin que él, de alguna forma, me recordase que no estaba cumpliendo con mi parte del trato.
Un buen día, harto de mis evasivas y frustrado por mis caprichos, simplemente desapareció de mi vida. "Que suerte", pensé yo, ingenua.
Ahora entiendo que él siempre supo que todo era cuestión de tiempo, y que al cabo de un período relativamente corto sería yo la que volviese desesperada a pedirle una segunda oportunidad.
Pero no, no me lo hizo nada fácil. Cambió el número de teléfono, se mudó de departamento y hasta dejó de usar esa casilla a la que nunca me hizo falta mandarle un mail. No contaba, o tal vez sí, con mi astucia. Lo busqué, lo encontré y lo llamé.
Hoy, cuando volvimos a vernos después de un año, no supe si saltar de alegría, abrazarlo o ponerme a llorar. Me limité a decirle "Buenas noches, tanto tiempo", a sentarme y a hablar por media hora ininterrumpida como una cocainómana borracha.
Él, con su calma acostumbrada, me escuchó, me miró, mi midió y se guardó todos los reproches, porque sabe que no los soporto. En cambio, me obligó a hacerle una promesa: "Quiero que te comprometas a seguir con esto hasta fin de año". Y agregó "aparte, me gustaría que nos veamos tres veces por semana".
Y así fue que volví al psicólogo, nomás.

domingo, 29 de julio de 2007

De mi falta de personalidad

Basta, me harté de ver que todo el mundo tiene esa porquería de Twitter instalada en el blog y me lo puse yo también. Si no tienen nada mejor que hacer, sírvanse leer las boludeces que hago aquí a la derecha y copensen uds. también con la nueva pelotudez virtual. Mi usuario es PenelopeG. Alguna tan boluda como yo se me adelantó al nick, odio cuando pasa eso.

domingo, 22 de julio de 2007

Y entonces todo estuvo claro

¿Vieron eso del vaso medio lleno y el vaso medio vacío? Bueno, a veces me pasa que ni en pedo llego a ver el vaso, para que se den una idea.
Hay momentos de la vida en los que todo, absolutamente todo, parece ponerse de acuerdo para irse a la mismísima mierda, y uno se queda como un idiota mirando como su vida se desmorona al compás del más sincronizado y vertiginoso efecto dominó.
Frente a esto, la gente suele elegir uno entre tres caminos posibles: está el malabarista chino, que corre frenéticamente y sin respiro tratando de sostener en el aire una infinita cantidad de frágiles platos de porcelana; está el "manotazo de ahogado", que se aferra cual koala a la primera rama que encuentre más o menos estable en las cercanías y desde allí intenta reflotar el resto; y está el necio retorcido, que de alguna oscura forma disfruta del estruendo de todas y cada una de las certezas que se estrellan contra el pavimento, y que pacientemente espera el crash de la última para pararse descalzo y con confianza sobre los vidrios rotos y empezar, otra vez, una más, a armar el rompecabezas.
Desconozco cuál sea la mejor opción en términos de salud mental, pero se a ciencia cierta que me ubico entre los últimos. Que aunque cada vez que me pase jure que va a ser la última, no puedo evitar dejarme llevar por el caótico desenlace de eventos que, aunque preveo a la distancia y con precisión milimétrica, soy incapaz de evitar.
Por suerte, con el correr de los años (y los analistas, y las drogas recetadas, y los esfuerzos bien logrados) hay determinadas cosas que resisten el derrumbe. Creo que de no ser por ellas, hace rato que hubiese naufragado en la psicosis. Y sin embargo en algún lugar persiste el gusto por el desastre, el encanto del ahogo, la retorcida curiosidad que se ampara en eso de que "el caos es un orden por descifrar".
Y justo hoy, que estaba pensando esta infinita catarata de boludeces, me toca a mi, que no hay nada de lo que me ría con más ganas que del horóscopo, encontrarme sin aviso con una frase de lo más perturbadora: "la gente asocia la balanza de libra con el equilibrio, pero en realidad no es que lo tengan, sino que se pasan la vida oscilando entre los extremos tratando con desesperación de encontrar el punto medio". Que lo parió. Estoy condenada.

miércoles, 11 de julio de 2007

De fútbol y mujeres

Desde que estoy enclaustrada estudiando (o haciendo que estudio), sufro de un retraso importante en cuanto a información. Leo sólo los mails relacionados con la facultad, me conecto al msn exclusivamente para hablar con mi novio y todo lo que sea ver la tele, leer el diario o boludear paseando por blogs (incluyendo el mío) está muy por afuera de los lujos que puedo permitirme a días de los finales. En pocas palabras, no me entero de nada.
Ahora, hay algo que me enloquece: no entiendo qué clase de demonio tiene poseídas a mis amigas, que no paran de mandar mails con subject: "Nos juntamos a ver el partido en x lado".
Mi primera reacción obviamente fue chequear el calendario para asegurarme que no, todavía no pasaron 4 años del último Mundial, evento que como todo el mundo sabe, y por motivos que al menos para mí permanecen ignotos, convoca infinitos grupos de mujeres -que normalmente desprecian el fútbol- frente a la pantalla, con excusas tan diversas y pelotudas como que mirar el partido de Argentina es una cuestión "patriótica".
Estoy más que acostumbrada a esas cosas, y con el tiempo hasta me resigné a que en mi caso no sólo sean los hombres a mi alrededor los que se taren con los encuentros más ridículos, sino también mis amigas de toda la vida, con las cuales es imposible mantener una conversación coherente a lo largo de todo el mes mundialista. OK, hasta ahí estamos. Ahora, ¿la Copa América? ¿Me están cargando?
Lo mío no es ni machismo, ni feminismo, ni un carajo; es un tema puramente pragmático y terminante: el fútbol es para los hombres y punto. Las mujeres futboleras tiene ese nosequé que no me termina de cerrar, esa molesta sensación de que algo está fuera de lugar, de que no pega, de que no corresponde. Es como que un hombre se autodefina como un "chico cosmo": ridículo.
La pasión masculina por el fútbol, por el contrario, no solo no me molesta en lo más mínimo, sino que me gusta y hasta me divierte. Me parece alucinante ver con cuánto esfuerzo y energía siguen a su equipo, cuánto y cómo puede variar su estado de animo en relación al resultado de un partido y muero de amor con las locuras que son capaces de hacer con tal de ir a la cancha. Es más, sinceramente admiro el respeto sagrado por el fútbol con amigos y la devoción ciega por la PlayStation, y hasta envidio profundamente el simple hecho de que siempre tengan algo para hacer los domingos o los feriados lluviosos. Las mujeres no tenemos nada que se le parezca, y hasta carecemos de esas instancias sociabilizadoras que los hombres encuentran en el popular deporte. Quiero decir, si un pibe entra a trabajar a un lugar nuevo, a la semana estará incluído en el fútbol de los jueves y a los 10 días estará haciendo chistes con sus nuevos amigotes. Las mujeres, en cambio, si es que alguna vez logran superar la envidia y competitividad de sus congéneres, con muchísima suerte irán algún día a tomarse un café con "una compañera", y si las dos son lo suficientemente hipócritas, hasta podrían ir a ver zapatos juntas. Está claro que no es lo mismo, ni se acerca remotamente.
Al terminar el secundario, los ex compañeros siguen juntándose puntualmente y sin excusas una vez por semana en una cancha, mientras que las mujeres posponen sus encuentros según lo indiquen los amores de turno, los exámenes o los compromisos laborales, temas sobre los cuales, por otra parte, se dedicarán a despotricar una vez reunidas en aquelarre, siempre frente a una mesa atiborrada de comida y bebida, hablando a los gritos, fumando como camioneros y consumiendo hectolitros de café. Numerosos ataques al hígado me han hecho concluír que en mi próxima vida quiero ser hombre, y en todo caso atrangantarme con asado y cerveza después de haber corrido como un poseído al menos una horita. En esta, mientras, me conformo con lo que me toca y me niego fervorosamente a trascender las barreras que la naturaleza de mi género me impone.
Lo irónico de todo esto es que yo, que estoy muy a favor de los chicos futboleros, tengo una puntería increíble en el amor para dar con ese ínfimo porcentaje de hombres a los que, sin ser gays, el fútbol les importa un carajo. Evidentemente, la vida es una cuestión de equilibrio: que alguien me avise cuando termina esa mierda de copa a ver cuándo recuperan la cordura mis amigas, que quiero ir de chopping.