Mi querido, queridìsimo amigo A., tan taxativo y pragmàtico, odia la navidad. La odia, dice, por el mismo motivo por el que tantos otros no disfrutamos ni un poco de ese ni ningún otro de los tantos y tan variados despliegues de estupidez masiva a los que tan frecuentemente nos enfrenta nuestra tan querida sociedad.
La odia, también, porque A. no es el tipo de persona a la que le guste que le digan cómo ni cuándo hacer las cosas y, en cuanto a sentimientos se refiere, la navidad es el epìtome de la tiranía social: hay que extrañar a los que no están, llorar a los que se fueron y hacer lo imposible por llegar a tiempo a pasar la tan mentada fecha en familia, aunque eso implique viajar tres días, pagar el triple por un pasaje y someterse a embotellamientos y demoras de todo tipo y color, en muchos casos para terminar viéndoles la cara a esos parientes de segunda o tercera línea cuyo lazo sanguíneo se activa sólo en función del calendario.
La detesta, además, porque la navidad es, como todo el mundo muy bien sabe, nada más y nada menos que el triste resultado de la campaña de marketing más exitosa en la historia de la humanidad: hay que comprar regalos, embotarse de comida y bebida y soportar un mes entero de psicosis colectiva porque eso, de este lado del mundo, significa festejar.
La desprecia, por último, porque la navidad no es otra cosa que una gran ilusión. Un cuento que nos inculcan de chicos y el cual, sin saber muy bien por qué, nos empeñamos en transmitir de generación en generación como si de eso dependiese la sovrevivencia de nuestra especie, o al menos de nuestra sociedad.
Estoy segura de que A. tiene otros mil motivos para agregar, y más segura estoy de que yo estaría de acuerdo con gran cantidad de ellos pero no puedo, por más ganas que tenga, decir que yo personalmente odie la navidad. Hace años que desistí de la parentela estacional, me niego a sucumbir al consumismo violento y entendí que, a la gente que quiero la quiero, y a la que ya no está la extraño, todos los días del año y cualquier día de cualquier mes igual o más que en navidad.
Me niego a caer en posturas pro o contra la celebración en sí: ya estamos todos grandes, hace rato que no creemos en Papá Noel y es hora de que entendamos de una vez que, como diría Jovanotti, "O é natale tutti i giorni, o non é natale mai".
Merry xmas.
sábado, 25 de diciembre de 2010
domingo, 25 de enero de 2009
Intoleranciómetro for export
No hay manera alguna de decir lo que estoy a punto de decir sin que suene snob y pretencioso, motivo por el cual procedo de todas formas.
A ver: yo, en Buenos Aires, no hubiese trabajado en un restaurant -perdón, en un resto- ni en pedo. Repito, NI-EN-PE-DO.
Ni aún sabiendo que cualquier camarero drogón del más vil bodegón de palermogólico cobraba 8 veces más que yo en mi trabajo "serio" en empresa idem en la city porteña jamás, bajo ninguna circunstancia, hubiese contemplado la posibilidad de pasarme el día atendiendo gentuzas de toda clase con una media sonrisa estampada en la jeta, so pena de no percibir propina alguna por parte de los susodichos.
Ahora bien, entre otras muchas consecuencias, el exilio tiene la cualidad de atemperar ciertas características otrora inamovibles del carácter personal. En otras palabras, cuando una se hubiese preferido "antes muerta que en la línea D a las 6 pm", ahora la vida nos sorprende abordando de lo más campantes el transporte público a cualquier hora y momento del día, y sin chistar. Donde antes nos horrorizábamos ante la perspectiva de consumir un producto marca "bells", ahora nos contentamos con los fideos insípidos de marca ignota del supermercado equivalente al "Día" local. Allí donde antes se nos desdibujaban los rasgos faciales en una mueca de espanto ante el simple temor de vernos vistos circulando por la vía pública con una prenda espantosa y demodé, hoy nos la calzamos con orgulllo y sin temor alguno al "qué dirán", siempre y cuando cumpla con el requisito primordial de mantenernos aunque más no sea unos grados por encima de la hipotermia corporal.
Y así con todo. Será que, a la distancia, uno aprende a negociar.
El exilio, decía más arriba, tiene la extraña y no siempre positiva cualidad de hacernos más tolerantes, más prácticos, más expeditivos y menos quisquillosos. Nos templa el carácter, sí, pero lamentablemente, no nos incrementa la paciencia ni el nivel de tolerancia social: lagente, como colectivo de personajes variopintos sin distinción alguna de raza, sexo, edad o religión, es igual de pelotuda en todas las latitudes, en todos los idiomas y en todas las naciones de la gran aldea global.
Se los digo yo, que ahora trabajo en un restaurant.
A ver: yo, en Buenos Aires, no hubiese trabajado en un restaurant -perdón, en un resto- ni en pedo. Repito, NI-EN-PE-DO.
Ni aún sabiendo que cualquier camarero drogón del más vil bodegón de palermogólico cobraba 8 veces más que yo en mi trabajo "serio" en empresa idem en la city porteña jamás, bajo ninguna circunstancia, hubiese contemplado la posibilidad de pasarme el día atendiendo gentuzas de toda clase con una media sonrisa estampada en la jeta, so pena de no percibir propina alguna por parte de los susodichos.
Ahora bien, entre otras muchas consecuencias, el exilio tiene la cualidad de atemperar ciertas características otrora inamovibles del carácter personal. En otras palabras, cuando una se hubiese preferido "antes muerta que en la línea D a las 6 pm", ahora la vida nos sorprende abordando de lo más campantes el transporte público a cualquier hora y momento del día, y sin chistar. Donde antes nos horrorizábamos ante la perspectiva de consumir un producto marca "bells", ahora nos contentamos con los fideos insípidos de marca ignota del supermercado equivalente al "Día" local. Allí donde antes se nos desdibujaban los rasgos faciales en una mueca de espanto ante el simple temor de vernos vistos circulando por la vía pública con una prenda espantosa y demodé, hoy nos la calzamos con orgulllo y sin temor alguno al "qué dirán", siempre y cuando cumpla con el requisito primordial de mantenernos aunque más no sea unos grados por encima de la hipotermia corporal.
Y así con todo. Será que, a la distancia, uno aprende a negociar.
El exilio, decía más arriba, tiene la extraña y no siempre positiva cualidad de hacernos más tolerantes, más prácticos, más expeditivos y menos quisquillosos. Nos templa el carácter, sí, pero lamentablemente, no nos incrementa la paciencia ni el nivel de tolerancia social: lagente, como colectivo de personajes variopintos sin distinción alguna de raza, sexo, edad o religión, es igual de pelotuda en todas las latitudes, en todos los idiomas y en todas las naciones de la gran aldea global.
Se los digo yo, que ahora trabajo en un restaurant.
viernes, 23 de enero de 2009
De cómo siempre es más divertido ser sola
O "De cómo no está el horno para bollos"
Este post decía un montón de cosas que tenían que ver con otro montón de cosas relacionadas con mi situación amorosa actual. Pero como ya me pasó otras veces de que los afectados por mis divagues viniesen a parar de narices a este blog, y acto seguido me rompiesen las pelotas al respecto, me pareció más prudente y precavido evitar del todo la siuación. No estoy en un momento muy adecuado como para que me vengan a romper las pelotas, verán.
Este post decía un montón de cosas que tenían que ver con otro montón de cosas relacionadas con mi situación amorosa actual. Pero como ya me pasó otras veces de que los afectados por mis divagues viniesen a parar de narices a este blog, y acto seguido me rompiesen las pelotas al respecto, me pareció más prudente y precavido evitar del todo la siuación. No estoy en un momento muy adecuado como para que me vengan a romper las pelotas, verán.
miércoles, 14 de enero de 2009
Del exilio y la vida cotiana
Hace ya cuatro meses, y medio a las apuradas, decidí un buen día poner en acto eso que durante mucho tiempo me la pasé diciendo que "un día iba a hacer": metí todo lo que pude en una valija, renuncié al trabajo, escribí un mail general para decir "hasta luego" y, unas 30 horas más tarde, aterricé en Dublín.
Irlanda es un país de lo más simpático: la gente es amorosa, los paisajes son divinos, la población extranjera es numerosa pero muy escasa en inmigrantes argentos (aunque está plagado de brasileros, por motivos que desconozco), y todavía no conocí una sola persona que diga "no" ante la posibilidad de salir una noche (el alcoholismo es una costumbre más que bien vista en estas latitudes, como todo el mundo muy bien sabe).
Adoro las callecitas dublinenses y los pubs llenos de gente a las 6 de la tarde, me divierto todos los días cuando en el trabajo contestan a mi "hola" en 10 idiomas distintos y hasta creo que ya me acostumbré al espanto de clima que azota a la isla y que me obliga a salir de mi casa munida de ropa y accesorios varios para las 4 estaciones que suelen manifestarse en un mismo día.
Lo bizarro, sin embargo, es que a pesar de que no sufro de la típica nostalgia patria por los asados, la quilmes (soy vegetariana y hace por lo menos 6 años que no tomo cerveza) y el dulce de leche (más bien me alegro de no tenerlo a mano), lo que me asombra es que extraño con locura las cosas más viles e insufribles; las mismas cosas que siempre me hicieron pensar en el exilio: extraño la obsesión porteña con lo light, el subte atestado de gente, las guarangadas por la calle, el "lo atamos con alambre" y hasta la infinita cantidad de culos que adornan tan campantes las tapas de todas las revistas de todos los kioskos que cruzaba todas las mañanas cuando iba a trabajar.
Los irlandeses, al menos hasta las 6 de la tarde y mientras están sobrios, son más bien tímidos, muy organizados, extremadamente honestos y hasta levemente pacatos. Nada que me resulte familiar, de más está decirlo, pero lo cierto es que los quiero igual.
Ahora bien, antes de partir, madre me advirtió que "la vida cotidiana es igual en todos lados", y por mucho que me cueste admitrlo, esta vez me toca decir que tenía razón.
De lo ÚNICO que escucho hablar hace tres meses es de la crisis, la recesión, y de "lo mal que está todo", y me parece estar en una especie de pesadilla porteña doblada al inglés. Yo, anonadada, contesto con historias de cartoneros, corralitos, cacerolazos y villas miserias que triplican en tamaño a buena parte de cualquier pueblito irlandés.
Ellos me miran embobados como vacas asustadas y yo, indignada, y a veces hasta casi orgullosa, no me canso de proclamar a los gritos que "ESO es crisis", y que si no se dejan de llorar de una buena vez los voy a meter a todos en un avión y los voy a mandar a hacer una pasantía a la 31, "para que vean lo que es bueno".
La queja porteña, por lo menos en mi memoia, tiene razón de ser...o seré yo que, en la nostalgia, recién ahora entiendo eso de "el extraño orgullo de ser argentino".
Extrañísimo.
Irlanda es un país de lo más simpático: la gente es amorosa, los paisajes son divinos, la población extranjera es numerosa pero muy escasa en inmigrantes argentos (aunque está plagado de brasileros, por motivos que desconozco), y todavía no conocí una sola persona que diga "no" ante la posibilidad de salir una noche (el alcoholismo es una costumbre más que bien vista en estas latitudes, como todo el mundo muy bien sabe).
Adoro las callecitas dublinenses y los pubs llenos de gente a las 6 de la tarde, me divierto todos los días cuando en el trabajo contestan a mi "hola" en 10 idiomas distintos y hasta creo que ya me acostumbré al espanto de clima que azota a la isla y que me obliga a salir de mi casa munida de ropa y accesorios varios para las 4 estaciones que suelen manifestarse en un mismo día.
Lo bizarro, sin embargo, es que a pesar de que no sufro de la típica nostalgia patria por los asados, la quilmes (soy vegetariana y hace por lo menos 6 años que no tomo cerveza) y el dulce de leche (más bien me alegro de no tenerlo a mano), lo que me asombra es que extraño con locura las cosas más viles e insufribles; las mismas cosas que siempre me hicieron pensar en el exilio: extraño la obsesión porteña con lo light, el subte atestado de gente, las guarangadas por la calle, el "lo atamos con alambre" y hasta la infinita cantidad de culos que adornan tan campantes las tapas de todas las revistas de todos los kioskos que cruzaba todas las mañanas cuando iba a trabajar.
Los irlandeses, al menos hasta las 6 de la tarde y mientras están sobrios, son más bien tímidos, muy organizados, extremadamente honestos y hasta levemente pacatos. Nada que me resulte familiar, de más está decirlo, pero lo cierto es que los quiero igual.
Ahora bien, antes de partir, madre me advirtió que "la vida cotidiana es igual en todos lados", y por mucho que me cueste admitrlo, esta vez me toca decir que tenía razón.
De lo ÚNICO que escucho hablar hace tres meses es de la crisis, la recesión, y de "lo mal que está todo", y me parece estar en una especie de pesadilla porteña doblada al inglés. Yo, anonadada, contesto con historias de cartoneros, corralitos, cacerolazos y villas miserias que triplican en tamaño a buena parte de cualquier pueblito irlandés.
Ellos me miran embobados como vacas asustadas y yo, indignada, y a veces hasta casi orgullosa, no me canso de proclamar a los gritos que "ESO es crisis", y que si no se dejan de llorar de una buena vez los voy a meter a todos en un avión y los voy a mandar a hacer una pasantía a la 31, "para que vean lo que es bueno".
La queja porteña, por lo menos en mi memoia, tiene razón de ser...o seré yo que, en la nostalgia, recién ahora entiendo eso de "el extraño orgullo de ser argentino".
Extrañísimo.
domingo, 29 de junio de 2008
¿Cómo era esto?
La verdad es que yo creía que a este blog ya había dejado de venir gente, no tanto porque yo dejé de escribir sino porque, directamente, yo misma dejé de entrar.
Como una de esas cosas que uno, nostálgico como es, mete en el fondo del armario esperando alguna vez volver a usar, hace ya cuatro meses que el SM fue a parar al fondo de mi inconsciente y ahí quedó, olvidado, pobrecito, esperando que yo me dignase a devolverlo a la vida o, en el mejor de los casos, que me tomase el trabajo de darle digna sepultura. De más está decir que no hice ni la una ni la otra y preferí dejarlo ahí, sin hacerle caso, a la merced de los designios misteriosos y desconocidos de esta maravilla moderna que es el espacio virtual.
Tan tranquila estaba yo, ilusa, que la semana pasada casi muero de un infarto cuando, para mi infinito espanto, me enteré vía e-mail de que uno de los personajes aquí mismo retratados había descubierto -todavía no entiendo cómo- que yo era la que había escrito las muchas barbaridades que hay dando vueltas más abajo. Horror.
Presa del pánico, por supuesto, no tuve mejor idea que venir corriendo a cerrar el kiosko y olvidarme del asunto...pero la verdad es que no me animé, y me pareció más atinado restringirlo como para asegurarme, al menos, de que nunca volviese a ocurrirme semejante situación.
Ahora bien, lo maravilloso, genial, y extraordinario, es que hubo gente que me escribió para preguntarme cómo se me había ocurrido llevar a cabo tal operación sin ponerlos al corriente de la misma. Oh! y yo que pensaba que por acá ya no pasaba más nadie.
Morí de la emoción, para que les voy a mentir. Y ahora me muero de ganas de volver a escribir boludeces, así que aca estamos de nuevo. A ver cómo me sale.
Como una de esas cosas que uno, nostálgico como es, mete en el fondo del armario esperando alguna vez volver a usar, hace ya cuatro meses que el SM fue a parar al fondo de mi inconsciente y ahí quedó, olvidado, pobrecito, esperando que yo me dignase a devolverlo a la vida o, en el mejor de los casos, que me tomase el trabajo de darle digna sepultura. De más está decir que no hice ni la una ni la otra y preferí dejarlo ahí, sin hacerle caso, a la merced de los designios misteriosos y desconocidos de esta maravilla moderna que es el espacio virtual.
Tan tranquila estaba yo, ilusa, que la semana pasada casi muero de un infarto cuando, para mi infinito espanto, me enteré vía e-mail de que uno de los personajes aquí mismo retratados había descubierto -todavía no entiendo cómo- que yo era la que había escrito las muchas barbaridades que hay dando vueltas más abajo. Horror.
Presa del pánico, por supuesto, no tuve mejor idea que venir corriendo a cerrar el kiosko y olvidarme del asunto...pero la verdad es que no me animé, y me pareció más atinado restringirlo como para asegurarme, al menos, de que nunca volviese a ocurrirme semejante situación.
Ahora bien, lo maravilloso, genial, y extraordinario, es que hubo gente que me escribió para preguntarme cómo se me había ocurrido llevar a cabo tal operación sin ponerlos al corriente de la misma. Oh! y yo que pensaba que por acá ya no pasaba más nadie.
Morí de la emoción, para que les voy a mentir. Y ahora me muero de ganas de volver a escribir boludeces, así que aca estamos de nuevo. A ver cómo me sale.
viernes, 29 de febrero de 2008
Del tiempo y las excusas
Cuando en el último post cité a mi amiga diciendo que "hasta marzo cerraba el kiosko" no me refería, ni de cerca, al futuro desarrollo de los acontecimientos vinculados con este blog.
Sin embargo, y por motivos varios que muy bien podrían resumirse en a) Falta de tiempo; b) Pereza descarada y c) Carencia absoluta de inspiración; el SM quedó detenido en el tiempo, allá, en enero, y lo cierto es que no sabía muy bien cómo volver, pero me moría de ganas. Así que aquí me tienen, de vuelta, desempolvando el teclado y llena de boludeces para escribir, como de costumbre.
Con respecto a los motivos antes citados, y con la única intención de darle a este post una extensión minimamente digna, me veo muy tentada de detenerme a analizar aunque sea brevemente el primero: una excusa tan trillada que da asco, pero que a todos nos gusta tanto usar a la hora de pedir disculpas.
El "no tengo tiempo", convengamos, es ante todo una falacia. No hay absolutamente nada más relativo en el mundo que "el tiempo", ese concepto indescriptible que transita a medias entre el pragmatismo, el existencialismo y la vida cotidiana; y la prueba está en que, con las mismas 24 horas de un solo día, hay gente que se las ingenia para llevar a cabo 12545678721 actividades y dormir 8 horas, mientras que hay otros, muchos, que no pueden presumir de otra cosa que de saberse de memoria la programación completa del Warner Channel.
Pero sin entrar en particularidades relativas a la energía o la fuerza de voluntad de cada uno, lo cierto es que la misma teoría puede muy bien aplicarse a, por ejemplo, los meses del año: todos sabemos que diciembre es caótico, que en septiembre es más fácil enamorarse y que en julio las noches son más largas.
Asimismo, y por una suerte de convención social muy difundida, se sabe que el año, "de verdad", no empieza hasta marzo: en marzo empiezan las clases, deja de hacer 100 grados a la sombra y vuelven los psicólogos de vacaciones (vacaciones que nunca deberían haberse tomado en primer lugar, cabe aclarar). En marzo, al menos en este hemisferio, las cosas vuelven "a la normalidad" después de ese largo, larguísimo y aburrido domingo que es febrero.
Ahora bien, para la gente como yo, que tiene ideas tan brillantes como la de empezar un trabajo nuevo en pleno noviembre, la "normalidad" nunca se fue a ningún lado, y el "tiempo" ha dejado de ser algo que pasa y uno gestiona a piacere, voluntad y conveniencia expiatoria, para convertirse en un bien de cambio que, muy a regañadientes, uno negocia día a día a cambio del vil, devaluado y a todas luces insuficiente metal.
Asi que no se sorprendan si en cualquier momento se encuentran con este blog cargado de anuncios de Google, banners chillones de pornografía berreta y pop-ups insufribles de Mercado Libre: me urge desesperadamente recuperar mi libertad y poder decir, sin nigún escrúpulo, que perdón pero "no tengo tiempo"...porque lo uso como quiero.
Sin embargo, y por motivos varios que muy bien podrían resumirse en a) Falta de tiempo; b) Pereza descarada y c) Carencia absoluta de inspiración; el SM quedó detenido en el tiempo, allá, en enero, y lo cierto es que no sabía muy bien cómo volver, pero me moría de ganas. Así que aquí me tienen, de vuelta, desempolvando el teclado y llena de boludeces para escribir, como de costumbre.
Con respecto a los motivos antes citados, y con la única intención de darle a este post una extensión minimamente digna, me veo muy tentada de detenerme a analizar aunque sea brevemente el primero: una excusa tan trillada que da asco, pero que a todos nos gusta tanto usar a la hora de pedir disculpas.
El "no tengo tiempo", convengamos, es ante todo una falacia. No hay absolutamente nada más relativo en el mundo que "el tiempo", ese concepto indescriptible que transita a medias entre el pragmatismo, el existencialismo y la vida cotidiana; y la prueba está en que, con las mismas 24 horas de un solo día, hay gente que se las ingenia para llevar a cabo 12545678721 actividades y dormir 8 horas, mientras que hay otros, muchos, que no pueden presumir de otra cosa que de saberse de memoria la programación completa del Warner Channel.
Pero sin entrar en particularidades relativas a la energía o la fuerza de voluntad de cada uno, lo cierto es que la misma teoría puede muy bien aplicarse a, por ejemplo, los meses del año: todos sabemos que diciembre es caótico, que en septiembre es más fácil enamorarse y que en julio las noches son más largas.
Asimismo, y por una suerte de convención social muy difundida, se sabe que el año, "de verdad", no empieza hasta marzo: en marzo empiezan las clases, deja de hacer 100 grados a la sombra y vuelven los psicólogos de vacaciones (vacaciones que nunca deberían haberse tomado en primer lugar, cabe aclarar). En marzo, al menos en este hemisferio, las cosas vuelven "a la normalidad" después de ese largo, larguísimo y aburrido domingo que es febrero.
Ahora bien, para la gente como yo, que tiene ideas tan brillantes como la de empezar un trabajo nuevo en pleno noviembre, la "normalidad" nunca se fue a ningún lado, y el "tiempo" ha dejado de ser algo que pasa y uno gestiona a piacere, voluntad y conveniencia expiatoria, para convertirse en un bien de cambio que, muy a regañadientes, uno negocia día a día a cambio del vil, devaluado y a todas luces insuficiente metal.
Asi que no se sorprendan si en cualquier momento se encuentran con este blog cargado de anuncios de Google, banners chillones de pornografía berreta y pop-ups insufribles de Mercado Libre: me urge desesperadamente recuperar mi libertad y poder decir, sin nigún escrúpulo, que perdón pero "no tengo tiempo"...porque lo uso como quiero.
domingo, 6 de enero de 2008
Ni táctica ni estrategia
El ser humano tiende naturalmente a la evolución, dicen. Esto quiere decir que, con la salvedad de algunas groseras excepciones, en líneas generales podría decirse que todas las personas siguen un camino que tiene como meta, en última instancia, la superación personal.
A medida que vamos creciendo, madurando, y evolucionando, además, las cosas empiezan a ponerse más complicadas: los problemas se complejizan y, en consecuencia, las estrategias para resolverlos se tornan más sofisticadas.
Por otra parte, no es ningún secreto que las mujeres llevan cientos de años, miles de horas de terapia y fortunas incalculables invertidas en la agotadora y poco satisfactoria tarea de intentar comprender al género masculino: el largo camino que va desde las técnicas del cortejo por correspondencia y las citas con chaperonas hasta el celular y el msn está tapizado con historias de frustraciones, malos entendidos y mitos amorosos de todo tipo y color, y sin embargo las mujeres, tenaces luchadoras, siguen firmes y estoicas peleando por la improbable victoria en la batalla sin tregua de la (in)comunicación.
Pero las guerras, se sabe, son patrimonio exclusivo del género masculino: son ellos los que manejan las tácticas, las estrategias y la logística del combate, y quienes han tenido que perfeccionar sus técnicas al extremo, en pos de mantener flameando firme y orgullosa la bandera del "macho que se respeta" y la incomprensión a toda costa.
Entonces ahora, cuando todas creíamos haber comprendido el por qué detrás de la macabra manía de pedir el teléfono y no llamar, los muy tilingos contraatacan con una nueva maniobra, aún más cínica e incomprensible, que es la de llamar/mensajear/escribir y, a contramano de todo lo que una creía que era el "abc" de las relaciones humanas, nunca concretar un encuentro.
A ver, señores, si nos hacen el favor de explicarnos qué carajo pretenden con tanto intercambio de mensajito, llamadita a cualquier hora del día y abuso indiscriminado de charla vía msn, si nunca piensan molestarse en tomar el toro por las astas y concretar una cita, que se supone que es el objetivo que subyace a tanta retórica indiscriminada... ¿o no?
No, aparentemente, ya que hace meses que escucho a mis amigas y conocidas quejarse de lo mismo, putear en todos los idiomas por la misma cuestión y clamar a gritos una explicación sensata para tan incomprensible y misterioso comportamiento.
Las conversaciones entre mujeres, tal y como están planteadas las cosas, derivan una y otra vez en la misma conclusión:
A. dice:
Me tienen HARRRTA. Ya fue ya esta ya no quiero saber mas nada de nadie. Hasta marzo se cierra el kiosco, y que no me jodan más.
Amén.
A medida que vamos creciendo, madurando, y evolucionando, además, las cosas empiezan a ponerse más complicadas: los problemas se complejizan y, en consecuencia, las estrategias para resolverlos se tornan más sofisticadas.
Por otra parte, no es ningún secreto que las mujeres llevan cientos de años, miles de horas de terapia y fortunas incalculables invertidas en la agotadora y poco satisfactoria tarea de intentar comprender al género masculino: el largo camino que va desde las técnicas del cortejo por correspondencia y las citas con chaperonas hasta el celular y el msn está tapizado con historias de frustraciones, malos entendidos y mitos amorosos de todo tipo y color, y sin embargo las mujeres, tenaces luchadoras, siguen firmes y estoicas peleando por la improbable victoria en la batalla sin tregua de la (in)comunicación.
Pero las guerras, se sabe, son patrimonio exclusivo del género masculino: son ellos los que manejan las tácticas, las estrategias y la logística del combate, y quienes han tenido que perfeccionar sus técnicas al extremo, en pos de mantener flameando firme y orgullosa la bandera del "macho que se respeta" y la incomprensión a toda costa.
Entonces ahora, cuando todas creíamos haber comprendido el por qué detrás de la macabra manía de pedir el teléfono y no llamar, los muy tilingos contraatacan con una nueva maniobra, aún más cínica e incomprensible, que es la de llamar/mensajear/escribir y, a contramano de todo lo que una creía que era el "abc" de las relaciones humanas, nunca concretar un encuentro.
A ver, señores, si nos hacen el favor de explicarnos qué carajo pretenden con tanto intercambio de mensajito, llamadita a cualquier hora del día y abuso indiscriminado de charla vía msn, si nunca piensan molestarse en tomar el toro por las astas y concretar una cita, que se supone que es el objetivo que subyace a tanta retórica indiscriminada... ¿o no?
No, aparentemente, ya que hace meses que escucho a mis amigas y conocidas quejarse de lo mismo, putear en todos los idiomas por la misma cuestión y clamar a gritos una explicación sensata para tan incomprensible y misterioso comportamiento.
Las conversaciones entre mujeres, tal y como están planteadas las cosas, derivan una y otra vez en la misma conclusión:
A. dice:
Me tienen HARRRTA. Ya fue ya esta ya no quiero saber mas nada de nadie. Hasta marzo se cierra el kiosco, y que no me jodan más.
Amén.
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