jueves, 28 de junio de 2007

Coeficiente de Sentido Común

Uno de los sintomas más claros de mi autodiagnosticada Fobia Social es mi incapacidad absoluta de caminar media cuadra sin la compañía del iPod a todo volumen. Esta costumbre, que ya es vicio, me ha hecho perder la noción del mundo que me rodea a tal punto que ya ni atino a desencajarme los auriculares de los tímpanos ni siquiera en un taxi, y mucho menos en un ascensor. Sin embargo todavía me quedan ciertos modales, motivo por el cual a veces tengo la delicadeza de bajar los decibeles y prestar una mínima atención a lo que sea que esté pasando a mi alrededor.
Y entonces, mientras viajo hasta el piso 10000 de un edificio oficinístico, el ascensor para en el 2do piso, se sube una señora ofuscadísima y visiblemente apurada y me regala una frase como ésta:
"Yo no entiendo, realmente, a quién se le ocurrieron los ascensores. Tendría que haber uno para subir y otro para bajar. Que barbaridad".
Sí, señora, "que barbaridad" que ud. ande por la vida aplicando esa lógica a la cotidianeidad. No quiero ni imaginarme los razonamientos que pueden surgir de la cabeza de esta persona, y tiemblo de solo pensar en las atrocidades que pondría en acto de tener el poder para hacerlo.
Ahora bien. El episodio del ascensor me llevó a reflexionar sobre una cuestión cabal para la humanidad, a la que sin embargo parece restársele importancia, que es la grosera diferencia que existe entre inteligencia y sensatez.
En un mundo ideal, todos los seres humanos estarían dotados con iguales proporciones de ambas, o a lo sumo una prevalecería levemente sobre la otra. En este, en cambio, abundan los casos en los que inteligencia y/o sentido común tienden a brillar por su ausencia, con todos los peligros que ellos acarrea para el resto de los mortales.
Es menester que alguien haga algo al respecto, eso está clarísimo. Lo que no se entiende es por qué corno, habiendo tantas prestigiosas Universidades abocadas a la noble tarea de investigar cuestiones que no le importan absolutamente a nadie, todavía no haya surgido el proyecto de elaborar el test para definir el "Coeficiente de Sentido Común" (CSQ, por sus iniciales en inglés), cuyo funcionamiento sería exactamente igual al del famoso IQ y sus beneficios, infinitos. Paralelamente, sería por demás útil establecer un sistema de avisos, a fin de evitar chascos: para una escala del 1 al 100, a aquellos que no lleguen a los 20 puntos se les colgará un cencerro fosforescente; a los que se encuentren entre 20 y 40, un cascabel, y a los demás un sonajero. El que supere los 100 puntos será galardonado con un tercer ojo, gracias al cual estará habilitado para tomar decisiones importantes, opinar de todo aquello que se le venga en gana y disponer del destino de sus congéneres menos afortunados. Todo sea por el bien común.

viernes, 22 de junio de 2007

Las drogas y sus diez engendros





Hace unos días leí en un diario que el gobierno nacional desarrollo una campaña para el desarme de los ciudadanos, todo con el fin de poder obtener la mayor cantidad de armas ilegales. La locura es cotidiana en Argentina, pero esta vez se propasaron, ahora le hacen de tranza a los chorros y les compran las armas ilegales en vez de arrestarlos por tenerlas.
Pero esto no es el asunto. El tema que me interesa contar es que hace unos días volvió un amigo de Holanda, y me contó que allá a los drogadictos el estado les provee drogas a cambio de trabajo social: Si, así como lo leyeron, el gobierno te hace de puntero.
La propuesta me pareció loquísima, un desparpajo, pero analizándola mejor me di cuenta de que seria una ley muy aplicable acá en Argentina, adonde todos son drogadictos.
Si!, no se por qué o desde cuándo está de moda, pero son incontables las veces que tenemos que tolerar a personas contando su triste e inverosímil historia acerca de las drogas que consumió y de cómo abandono esa costumbre con el apoyo de su familia, amigos, pareja, etc. Debemos aguantar sus lágrimas de cocodrilo solo por el mero hecho de haber olfateado un porro en algún recital de Reggae, lo cual ya lo hace un adicto en recuperación. En este ranking de costumbres populares criollas, podemos reconocer también a los alcohólicos, que chupan un corcho de sidra y ni bien nos ven tomar una cerveza nos dicen “pibe, eso te saca todo”. Pegada a esta ultima viene la peor de todas, una moda popular que viene creciendo hace tiempo, La Locura.
Es algo tan raro como cierto, pero se vuelven locos por parecerlo, por ser drogadictos o alcohólicos.
No es que yo haga apología a la droga, al contrario, simplemente me desesperan las personas a las que les fascina hablar de drogas y comentarlo por todos lados. Y más aun me molestan las personas que se fuman un porro y hablan de drogas como si el papa hablase de la Iglesia. En Holanda se cansaron de escuchar las historietas falsas de todos los adictos, entonces dijeron. ¿Te querés drogar? Bueno, acá tenes, no hay excusa ahora.
Por eso, de todos los drogadictos o postulantes a serlo, he aquí una selección de 10, los más irritantes.

El de la piedra filosofal: Hasta ayer era un pìbe común y corriente. Hoy se fumó un porro y se cree Neo después de descubrir la Matrix. Despertó de un largo letargo y ahora “entiende todo” y está ansioso por contarlo. No hay canción que no hable de drogas ni película que no sea una metáfora lisérgica. Agobia a sus amigos con pedorras interpretaciones del mundo en clave de porro y si éstos intentan discutirle la verdad revelada les contesta con soberbia “dejá, vos sos muy cerrado, no sabés lo que es esto”.

El fanático religioso: Bob Marley es dios, Jamaica la meca y el reggae música celestial. Este imbécil tiene una necesidad incontenible de que todo el mundo se entere de su devoción, y no escatima en recursos: pins de hojas de chala, remeras con frases “ocurrentes”, el cuarto empapelado con posters de Marley y cuanta mierda encuentre con los colores rasta forman parte de su uniforme. Se relaciona sólo con seres de su especie y cualquier cosa que no involucre un porro automáticamente es “careta”.


El militante combativo: ni lucha de clases, ni guerras de poder, ni sed de conquista: la verdadera cuestión de la historia del mundo es la legalización. Con la convicción de un taliban fundamentalista este pelotudo se anota en todo tipo de activismo: desde plantar semillas en las plazas públicas hasta organizar una suelta de globos el día del cumpleaños de Bob Marley, cualquier excusa es válida para repetir por enésima vez su manifiesto drogón.

El snob ilustrado: sin dudas uno de los peores, a esta clase de imbécil habría que despellejarlo con un pelapapas. Examina cada porro que le cae en manos con la severidad de un sommelier frente a una botella de vino de 1000 dólares. Invariablemente cualquier cosa será una mierda en comparación a las tres millones de variedades de porro que probó en Ámsterdam, al hash que fumó en Marruecos o a lo loco que quedó esa noche que un grupo de monjes camboyanos lo invitaron exclusivamente a comer brownies mágicos en la mismísima punta del Tibet.

El botánico emprendedor: harto de depender de la caótica cadena de distribución de marihuana, el botánico se convence de que lo mejor es ser autosuficiente y se embarca con pasión en la aventura del autocultivo. Preocupado por informarse, al tiempo estará aburriendo a medio mundo con insoportables monólogos sobre sus plantas, a las que se refiere como si fuesen sus hijas, y habrá invertido la mitad de su patrimonio en lámparas especiales, semillas importadas del Congo Belga y cuanta porquería encuentre para mejorar su jardín.

El del consumo responsable: drogarse es para él una elección, una forma de vida, una ideología y, como tal, merece estar fundamentada en bases sólidas y argumentos irrebatibles. Con inquebrantable disciplina este energúmeno se estudió toda la bibliografía que existe sobre el tema, cita constantemente a Escohotado y recopila prolijamente todos y cada uno de los artículos que encuentra referidos a las drogas y sus efectos. Está al tanto de todas las novedades y es una verdadera enciclopedia parlante. No es un drogón, es un erudito y exige respeto.

El que se cree una estrella de rock: todos los demás son unos giles en comparación a él, que se cree el ser humano más canchero del planeta desde que se droga. Ama referirse al porro como si fuese su amigo, y a tales fines le pone nombres ridículos como “mike”, o “Harry”, y es incapaz de contar una anécdota sin aclarar cada dos minutos que “estaba reloco”, o que tal cosa era “reflashera”.

El “no a las drogas”: Némesis de todos los anteriores, el “no a las drogas” se define como un tipo serio y desprecia a todos los que “cayeron en esa”. Se refiere a todos los dragones como “hippies de mierda” y piensa que el mundo sería un lugar mejor si éstos se pudriesen en una isla. Este subnormal es de los más peligrosos, ya que detrás de su discurso de tipo centrado se esconde un vikingo capaz de absorber litros de cerveza como una esponja hasta perder el sentido y cometer las atrocidades más impensadas. Jamás amanecería en su casa de no ser por los 4 amigos que se encargan de arrastrarlo cada noche, y aunque despierte invariablemente abrazado al inodoro y la resaca lo atormente cada fin de semana no hay manera de que el mogólico se convenza de que el alcohol ES una droga, y de las peores.

El que se limó: este discapacitado mental tiene la culpa de que la marihuana cargue con el estigma de “droga de iniciación”. A él no le alcanzaba con estar “loco”, quería probar que se sentía estar RE loco y lo logró a costa de emprender una carrera demencial que lo llevó a fumarse, tomarse y aspirarse cuanta cosa tuviese enfrente, desde una pastilla hasta un frasco entero de poett y una botella de lavandina. Sus días son grises y aburridos, y espera la llegada de la Creamfields como un niño la navidad. Hace 10 años que ahorra para irse a Ibiza de vacaciones.

El que se limó y volvió: este es pariente del anterior, pero en una versión aún más insufrible. Después de amanecer una tarde tirado en una zanja sin poder acordarse cómo mierda había terminado allí, este idiota decidió que era hora de sentar cabeza y abandonó de sopetón todos sus vicios. Cual ex fumador extremista, ahora se dedica a predicar las maravillas de la vida sana y habla de “lo que pasó” como si hubiese atravesado el infierno mismo y hubiese salido ileso. Ante la más mínima mención de “un porrito”, el que volvió se pone serio y en tono grave empieza a relatar los pormenores de su experiencia de vida, como si se tratase de un enviado divino con la misión de salvar a la humanidad.

miércoles, 13 de junio de 2007

La Tierra Prometida



Más que un "crisol de razas", la Argentina es la mismísima promiscuidad hecha patria. Desde que esta parte del mundo existe en el mapa, las personas llegaron y siguen llegando hasta acá provenientes de los rincones más insólitos del planeta. Desde los galeses en la Patagonia hasta los chinos en Belgrano, pasando por los rusos que nadie entiende por qué siguen viniendo (si les queda mucho más cerca Europa), este país acogió amorosamente a todos y cada uno de los inmigrantes que vinieron soñando quién sabe con qué. Aunque siempre con la excepción de cualquier inmigrante sudamericano al cual tratamos como mierda y hacemos objeto de nuestro peor racismo sin que se nos mueva un pelo.
Sin embargo, y pese a que la variedad es de lo más amplia, a los argentinos -y especialmente a los porteños- nos gusta decir que somos "europeos". Según claman los habitantes de esta ciudad, en Buenos Aires hay más españoles e italianos que en esos países, cosa que es absolutamente ridícula si tenemos en cuenta que el último gran exilio europeo del que se tiene registro pasó hace por lo menos 60 años. Es decir, unos cuantos tendrán un bisabuelo o en el mejor de los casos un abuelo que aún recuerde su madre patria, pero el resto, la gran, gran mayoría, debería asumir de una vez que su origen, por más que intente disfrazarlo, es más argentino que la soda Ivess.
"Pero yo tengo sangre de italianos", dicen los necios, y aunque no tengan ni remota idea de las iniciales del nombre de su bisabuela, se plantan horas frente al consulado italiano, reclamando a los gritos que les devuelvan su verdadera nacionalidad. De obtenerla, los falsos europeos harán flamear el pasaporte comunitario cual estandarte en la cara de cualquier persona sensata que ose objetarles su "sangre".
Con la bandera de la ignorancia gritan a los cuatro vientos que por sus venas corre sangre “española” y que por ende, les otorgaran la visa ni bien se presenten en la embajada. Que con tan solo verles las facciones los confundirán con el mismísimo Franco y harán salir un vuelo de inmediato con destino a Madrid, donde los recibirán con una alfombra roja y fuegos artificiales, y les entregarán en el acto la llave de la ciudad.
Oh, Madrid. Esa es la paja mental de todos los Argentinos, que creen que en España son todos boludos y todavía no se enteraron de los sueldos que corresponden para cada empleado.
“No boludo, me voy a España, trabajo 4 horas y me van a pagar 10.000 euros”, repiten convencidos a sus amigos, que aunque dudan, quisieran extraerles con una jeringa un poquito de su sangre.
La bomba mediática social explotó, y hordas de Argentinos viajan a España en busca de la tierra prometida y la paga tan exorbitante como injustificada. Como sus ignotos bisabuelos, que vinieron a “hacerse la América”, ellos vuelven a la madre patria convencidos de que allá “la van a pegar”.
Para la mayoría los mongoloides el concepto directo de descendencia se reduce a una ecuación digna de un mono con calculadora: según estos subnormales accidentarse en suelo español no sería otra cosa que un gran golpe de suerte, ya que de recibir una transfusión de sangre de algún ciudadano nativo obtendrían automáticamente la ciudadanía. Nada de visa, ni pasaporte, ni partida de nacimiento. Abrime como una Naranja y veras el Águila Española anidando en mis entrañas.

Hoy es el gran día, el Aeropuerto está que brama: un grupo de argentinos retorna de su exilio, y cada uno de ellos nos mostrará su manera de hacerse querer ver distinto. A continuación, los diez casos más típicos:

El Que perdió la conciencia: Este es el que llega de España saludando a todos con dos besos, y diciéndoles a todos sus amigos, “vale”, “tío” y “tomar por culo”. Intenta desesperadamente hacernos creer que no es mas el que se fue sino una persona de mundo, pero todos sabemos que cada vez que habla tiene que hacer un ejercicio mental enorme para poder recordar las palabras que escuchó decir en España y hacerse el curtido. Generalmente se encarga de aclarar que “uy, disculpá, es que se me pegó”, por si alguien osó no notar su españolización, y a veces hasta intenta explicar el uso y el significado de una expresión tan común como “joder”.

El Resentido: Este tipo es el principal cabecilla de hacer correr la bola de que en España regalan los Euros. Acá en Argentina era un vago inútil, pero se fue creyendo que en Europa obtendría un puesto de gerente. Al llegar allí, acompañado por su monumental incompetencia internacional, le dieron su merecido puesto de ayudante de lavacopas. Él argumenta su fracaso y despotrica diciendo que en España lo trataron muy mal, que siempre le decían “Sudaca” y que los españoles discriminan a los argentinos porque saben que éstos son más inteligentes y temen que les roben sus trabajos.

El que Extrañaba: Si bien es cierto que hay gente que extraña mucho a sus afectos cuando se encuentra lejos de ellos, tampoco es ese el tipo de persona que decide desprenderse de todos para irse a vivir a otro país. Habla de su vida en el exilio como del éxito más rotundo, pero justifica su regreso diciendo que era incapaz de vivir lejos de la madre, la hermana y los amigos del barrio. Su contradicción es tan estúpida y transparente que no hace más que poner en evidencia su incapacidad de adaptación y la frustración de sus sueños locos de formar un imperio, cual Roma, de kioscos en Madrid.

El de que Afuera todo es Mejor: Este es uno de los más insoportables. Cada cosa a la que se refiere tiene su paralelo, mil veces mejor, por supuesto, en el lugar al que se exilió. Nosotros vivimos como animales en comparación a las maravillas que ocurren en el primer mundo, en el que nunca logró insertarse dadas sus condiciones de incivilidad aguda. “Acá te afanan en cualquier lado, el argentino es muy cagador. Allá todo el mundo es honesto y trabajador”. “Allá no hay choques, los semáforos funcionan bien y la gente sabe manejar”. “Vos tito que te gustan los quesos, esto es una mierda, es veneno, deberías haber probado el gorgonzola de Valencia”.

El de la Lobotomía: Esta persona vuelve totalmente cambiada argumentando que vivir en otro país le abrió por completo la cabeza. Si era punk volvió skinhead, si era hippie se transformó en yuppie, si era militar ahora es de izquierda, pero en el fondo invariablemente sigue siendo el mismo pelotudo que antes de partir. Es fija que en todas sus discusiones diga con aire de superioridad que: “No sabes lo que decís, vos estas acá encerrado y no podes entender que afuera hay un mundo, ya te va a pasar”.

El de la Inflación: Este personaje es bastante particular. Como todos sabemos, debe haber pocos lugares en los que la moneda de un país este tan desvalorizada como en Argentina, pero este tipo no entiende que plata es plata y personalidad es personalidad. Acá era un boludo, y era tratado como tal. Pero ahora, recién llegadito, cree que su personalidad se dolarizó y que por ende, debe ser venerado y tratado como alguien que nunca fue.

El más piola del barrio: En territorio argentino este tipo era un mediocre con un empleo administrativo remunerado con tickets canasta. Del otro lado del charco, sin embargo, nos quiere hacer creer que se convirtió en Gardel. Trabajaba la mitad que todos y cobraba el triple, vivía gratis porque había engatusado a una gallega para que lo aloje y se las arreglaba para no pagar ni el boleto de colectivo. Es lo que en el mundo se conoce como “argentino standard”, pero el llama “viveza criolla”.

El evangelizador: Este retrasado cree que descubrió la pólvora y adquirió los derechos de venta. Desde el momento en el que pone un pie en Ezeiza empieza a taladrarles la cabeza a sus familiares y amigos tratando por todos los medios de convencerlos de abandonar todo y partir. Promete conseguirles casa, trabajo y hasta pareja si es necesario, lo que sea con tal de que vayan y vean con sus propios ojos el paraíso terrenal en el que él vive en la más absoluta felicidad, aunque sea evidente que está más solo que kung fu y al borde del suicidio.

El tanguero: Es completamente irrelevante que haya partido hace menos de 6 meses. Para este tipo volver a la Argentina es como un viaje en el tiempo, y sus ojos se llenan de lágrimas frente a cosas que, cuando vivía acá, ignoraba por completo. Es capaz de pasarse media hora embobado mirando el obelisco o contemplar una empanada como si se tratase de una obra de arte. Llora de emoción con un partido de truco y un millón de dólares no tendrían para él ni un décimo del valor de un alfajor Suchard. Al verlo uno piensa que con el exilio está pagando el infierno en vida, habiendo abandonado todas las cosas que tan feliz lo hacían.

El que se volvió culto: Este especimen partió del país sin terminar el secundario ni haber leído completo un Olé, pero al llegar a Madrid, y mientras trabajaba de estatua viviente en la Plaza Mayor, se enteró de la existencia de esas cosas que se llaman museos y por primera vez en su vida intercambió más de tres palabras seguidas con una persona que hablase en otro idioma. Ahora emite monólogos insufribles sobre otras culturas, viajes, arte y literatura como si hubiese hecho tres carreras y dos posgrados, y no se cansa de repetir que en este país, lo que falta, es educación.

El que viene de shopping: Argentina es para él lo que Ciudad del este a los mortales que habitan cerca de la triple frontera. Parecería que no le importa nada de sus seres queridos o su lugar de origen, el tipo viene por tres semanas y porta interminables listas de compras para adquirir cosas a lo que, para su bolsillo europeizado, son precios irrisorios de los que se ríe como una hiena. Desde ropa hasta utensilios de cocina, pasando por objetos absolutamente inútiles y mersadas indescriptibles, pero de cuero, el del shopping no se cansa de vociferar la superioridad de su poder adquisitivo. Aprovecha además para ir a cuanto médico existe, hacerse análisis y sacarse las muelas y, si es mujer, no puede evitar internarse en una peluquería para hacerse tintura, reflejos, extensiones, masajes y depilación por el mismo precio que en Europa se paga media manicura. Allá vive como la rata exiliada que es, pero acá parece un argentino suelto en Miami en plena década del 90.

domingo, 10 de junio de 2007

Insólitamente cierto

Se sabe que cualquier historia, por más fiel que intente mantenerse a los hechos en los que está inspirada, contiene inevitablemente ciertos elementos ficcionales que contribuyen a que el episodio en cuestión se torne más interesante y entretenido. El punto de origen de un relato siempre puede tergiversarse a gusto del narrador según el fin que éste persiga, llegando a veces al extremo de exagerar los datos hasta la ridiculización más absoluta de un momento determinado. Si se logra el cometido -crear un texto gracioso, por ejemplo- el finísimo borde que separa lo real de lo ficticio se corre a piacere, perdiendo a veces el mismo inventor de la historia la noción de cuánto hay de cierto y cuanto de inventado en su propia creación.
En algunas oportunidades, sin embargo, la que se encarga de jugar caprichosamente con los límites es la misma realidad, y es entonces cuando nos encontramos frente a una situación que, a falta de una palabra mejor, solemos calificar como "Bizarra".
Esto que voy a contar ahora pasó ayer, y si no fuese porque estaba en compañía de una de mis amigas más sensatas, todavía estaría jurando que no fue más que un mal sueño.
El protagonista del hecho, Marcelo, pongamosle, es lo más cercano que vi en mi vida al prototipo más grotesco del gay contemporáneo: desde la punta del zapato hasta el último pelo de su cuidadísima cabellera, pasando por el tono de voz impostadísimo y cada uno de sus trilladísimos comentarios, este chico calificaría 10 en cualquier concurso de prototipos queer. Marcelo hablaba incesamente, y cada tanto se dirigia hacia su pareja -un londonense al que llamaremos Ben-en busca de complicidad.
¿De qué hablaba Marcelo? De absolutamente cualquier cosa, en principio, pero haciendo comentarios dignos de un chimpancé lobotomizado, motivo por el cual nadie se esforzaba por prestarle demasiada atención hasta que, para mi absoluto deleite, Marce no pudo evitar emitir el cliché que me dió el pie perfecto para pasarme el resto de la noche divirtiéndome a sus expensas.
"El otro día alquilamos `El crimen ferpecto`, de Alex de la Iglesia. A mi, que estudio teatro (¿por qué será que esta clase de gente SIEMPRE estudia teatro? ¿Y a quién le importa el dato, aparte?), Alex (¡ALEX!) me en-lo-que-ce". En este punto cabe aclarar que tengo por principio dudar de las personas que vociferan soberbiamente su fanatismo por cualquier cosa que sea fácilmente identificable con un culto. En mi experiencia, la gente que hace esto es o terriblemente idiota o insoportablemente snob, o ambas cosas, en la mayoría de los casos.
Mi amiga reaccionó tan rápido como yo, y entre las dos (que gustamos mucho de las películas del mencionado director, pero no hacemos una bandera de eso) nos encargamos de darle un bonito paseo a Marce, que trataba de esquivar el ridículo con las respuestas más torpes que una persona haya sido capaz de producir hasta el día de la fecha.
No conforme con eso, y con mi amiga violeta de tanto contener la risa, a mi se me ocurrió indagar en profundidad sobre sus clases de teatro.
"Ah bueno, eso sí, me encanta, hice miles de castings de propagandas hasta que un día me dió un ataque de pánico escénico (¿en un casting para hacer de extra?) y tuve que dejar". Exitadísimo y aplaudiendo, Marce nos invitó a ver en Youtube "LA propagnda que hice, ¿la quieren ver?". Por favor. En un comercial en el que aparecían primeros planos de al menos 20 pibes, el chongo en cuestión participaba de la única escena en la que se mostraba una multitud de caras masculinas prácticamente indiferenciables entre sí. "Ahí estoy, ahí estoy!" exclamaba fuera de sí. "Les cuento un chisme. Un día, cuando la pasaban en la tele (en el 2001, ENCIMA), fuimos con unos amigos al automac y la chica que nos dio el pedido me miraba, me miraba...hasta que mi amigo le dijo "Te la hago fácil, sí, él es el chico de la propaganda". No saben lo que era, ¡la gente me reconocía por la calle! ¡Me encantaba!".
En mi obnubilación, yo no me había dado cuenta de que mi amiga, doblada de la risa, se había escapado hacia la cocina, desde donde me envió un mensaje de texto: "Por favor preguntale si baila, si pinta, lo que seaaaa".
Fascinado con la atención hacia su persona, Marcelo me contestó que no solo adoraba bailar (obvio) sino que -y esto es lo mejor- estaba tomando clases de caño (!!!!!!!!!!!!!!!!!!!). Acto seguido se agarró de una lámpara y, mientras demostraba sus habilidades -un crush dummie destartalado bailando polka hubiese sido más sexy- me confesó que en lo más profundo de su ser deseaba más que nada en el mundo participar en "Bailando por un sueño". En este caso, supongo que el sueño sería conseguirse un trasplante de cerebro, pero no llegué a preguntarle porque me distrajo un segundo mensaje de texto. Nuevamente mi amiga, pero esta vez desde el cuarto, y en letras mayúsculas: "ESTO NO PUEDE SER CIERTO".
Más o menos en este momento, la historia dejó de ser graciosa para pasar a desatar en mi persona la furia más iracunda. Consultado por sus planes a futuro, el Marce me contó que a fin de año se está yendo a vivir a Londres, al flat que su novio posee (NADIE es propietario en Londres. NADIE) en dicha ciudad. De más está decir que Ben le paga el pasaje y, asumo, las clases de caño, ya que el orangután en cuestión me contó, risueño, que en su vida había tenido pasaporte, que lo más lejos que había estado de la capital era en Santa Teresita y que él, de inglés, "no cazaba one". En mi vida sentí tan fuertemente la necesidad de acogotar a alguien con mis propias manos. Por lo pronto intercambiamos teléfonos y quedamos en ir al teatro juntos.

domingo, 3 de junio de 2007

¿Elección?

Las primeras elecciones que recuerdo, alla por los `80, estaban cargadas de significado y revestidas del más fervoroso entusiasmo popular. Me acuerdo de haber sido una adolescente comprometida e interesada por la política y hasta creo que me emocioné la primera vez que puede ir a votar. De eso pasaron ya unos años y unas cuantas cosas, y ahora el ritual electoral me parece, digamos, simpático. Padrón - cuarto oscuro - boletas - sobre - urna - sellito violeta en el DNI. Simpático. Ahora, no me vengan con que estamos decidiendo algo. Ah, perdón, me olvidaba que en este país todo el mundo entiende de política, y son todos unos comprometidos bárbaros y todos hacen valer realmente su derecho a sufragiar y elegir democráticamente a nuestros dirigentes.
A ver, sres. tacheros, señoras gordas y demases opinólogos de la sociedad: entiendan que elegir entre spaghettis, ñoquis y ravioles no es elegir una mierda. Los tres son pastas, y no me puede importar menos lo que opines de Macri, de Filmus o del Telerboy. Hay otros 20 candidatos que NO aparecen en debates, que NO figuran en las encuestas del Clarín y que NO empapelan la ciudad hasta el hartazgo.
Ah, ¿que esos no van a ganar nunca? pero claro idiota, porque vos sos tan limitado que tu universo político se reduce a TRES opciones de distinto envase e igual contenido, tu estrategia máxima consiste en votar al que menos te disgusta para cagar al que más te irrita y tu compromiso ciudadano consiste en hacerte el Maquiavelo ilustrado cuando exponés sin que nadie te lo pida las bobas razones de tu...¿elección? ¿Dónde está la elección?
Y ahí están ellos, los comprometidos, los que entienden, que se pasan horas sentados haciendo polémica en el bar, dividiendo categoricamente al electorado según su clasificaciones tripartitas. Y se llenan la boca diciendo que fulano es facho, que mengano es un títere o que sultano nos tiene a todos la paciencia saturada con la campaña porteña. Y van a votar orgullosos, ellos, que tienen un licenciatura y cuatro posgrados en ciencias políticas, convencidos de que han meditado profundamente su voto, que de verdad están eligiendo lo que este país necesita (lo que ellos creen que necesita) para estar mejor.
Lo que este país necesita para estar mejor no es que vos creas que la política se define por el color del afiche de un candidato, idiota. La política se aplica a las elecciones que hacés cada día de tu vida, la línea de pensamiento que guía tus acciones y la congruencia con la que llevas a cabo cada uno de tus actos. (Por ejemplo, si te quejás de la corrupción, no le ofrezcas un ticket canasta al cana que te va a hacer una multa) (Este ejemplo es verídico, juro).
Lo que este país necesita para estar mejor es que a los ordinarios como vos se les prohiba el derecho al voto a menos que aprueben 450 exámenes de educación cívica y compromiso ciudadano. Como mínimo.

UPDATE: Tengo todas mis casillas de mail invadidas con correos anti-Macri. Evidentemente el síndrome yonolovoté es plaga ciudadana. Admitamos de una vez que los porteños somos unos fachos espantosos, o, para la próxima, piensen ANTES de votar. Yo sigo firme en mi postura, y previendo esta ridícula puesta en escena de ballotage, me guardé la boleta del mismo candidato que elegí el domingo pasado. NO al voto por descarte. Al próximo que me mande un mail con subject "No dejen que gane Mauricio, voten a Filmus" le rastreo el IP y le hago hackear la computadora.